Harry Potter, felices 25 años

Cuando la gente se entera de que me gusta Harry Potter, muchas veces me preguntan por qué. En realidad lo que quieren saber es el por qué del fenómeno literario, qué fue lo que cautivó masivamente a millones de niños después de haber pasado por el rechazo de muchos editores, de lo cual yo no tengo la respuesta. Sólo puedo hablar de lo que es para mí.

Hoy el libro cumple veinticinco años y yo tengo apenas un año más de vida, así que hablo en sentido literal al decir que no recuerdo mi vida antes de Harry Potter. Fue el libro que tantas noches me leyeron mis padres (aunque al inicio yo no quería, como buen escuincle pelado que rechaza todo lo que le ofrecen) y de los primeros que leí sola; fue el libro con el que aprendí inglés e incluso me acompañó en el griego (historia para otro día). Pero fue más que el hábito de la lectura. Para mí, era la historia de un niño diferente, ya sea porque lo rechazaban, porque se sentía así o porque realmente lo era. La historia de un niño muy solo. La historia de un niño con los mejores amigos del mundo, con los que sabía que podía superar cualquier cosa. Un niño con lentes. Un niño que no dudaba en confrontar a sus profesores, rebelarse contra las autoridades injustas. Un niño al que le encantaban algunas clases y se dormía en otras. Un niño que no sabía muchas cosas. Un niño que pasaba por situaciones difíciles, por las que ningún niño debería pasar. Un niño con mucho dolor, con ganas de rendirse. Un niño cuyo miedo era el miedo. Un niño que sólo quería ser buena persona y que siempre intentaba hacer lo correcto. Un niño que a veces era como yo, y a veces como todo lo que yo aspiraba a ser (y que aspiro a ser hasta el día de hoy).

Aunque me tocó vivir justo su apogeo mundial, nunca tuve amigos que leyeran Harry Potter, al contrario, solía ser motivo de rechazo, lo que de cierta forma me preparó para la tendencia actual, que es burlarse del libro y de quienes a pesar de haber crecido le siguen teniendo cariño. Lo que jamás podrían entender esas personas es que, incluso en mis momentos más oscuros, no puedo evitar sentir una gran alegría tan sólo en cuanto vuelve a mi mente esa historia. Vaya, es aquello que usaría si quisiera conjurar un patronus, mi pensamiento feliz.

Lo bueno de crecer es regresar a la misma historia con una nueva perspectiva, descubrirle más cosas, aunque a la vez siento que eran cosas que ya sabía. Sobre las historias infantiles leí hace poco que a fin de cuentas son hechas por adultos, y los adultos le imprimen quieran o no toda una serie de complejidades, pero los niños tampoco son idiotas, y son capaces de comprender todo esto, a veces mejor que los adultos, quizá no desde la racionalización, sino desde la emoción.

No puedo explicar el fenómeno mundial, pero puedo explicar por qué para mí significa tanto. Todos estos años ha sido este el motivo pero ahora por fin sé cómo expresarlo: Harry Potter es una historia sobre cómo amar nos hace humanos, a pesar de lo peor de nosotros. Harry Potter es una historia de amor.

Cuando regreso a Harry Potter es como si volviera a ver a un amigo de la infancia. Aquel amigo con el que platicaba en clases en vez de poner atención, con el que pasaba las tardes jugando, en que confiaba cuando me regañaban mis papás, y que también se llevaba con ellos. El amigo que me acompañaba cuando estaba triste y cuando estaba feliz. El amigo con el que crecí hasta que en algún momento tomamos distintos caminos porque, tanto en la vida como en los libros, las historias tienen un final. Pero es también por azares de la vida que eventualmente nos encontramos de nuevo, y sonreímos ante el paso del tiempo, al ver lo mucho que hemos cambiado y lo mucho que seguimos siendo los mismos.

Harry, felices veinticinco años.



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